viernes, 11 de enero de 2013

Por los Simios de los Simios (Primera parte)

Por los Simios de los Simios
(Primera parte)

Antes de entrar en materia…
Querido lector. Sí, usted. No empiece a leer el texto si no puede abstraerse cómo es debido.
Para empezar, relájese. Vaya a la cocina, al bar, a cualquier establecimiento de consumibles. Sírvase una copa de vino o cualquier consumible líquido de su agrado. Puede acompañarlo de algún sólido, si gusta. Prepárese para imaginar y viajar. Para viajar en el tiempo y en el espacio. Para volar.
Vaya a un espejo, mírese. Sí, obsérvese en detalle. Sus manos, su cálida y suave piel, sus labios, sus ojos, su cabello, su bello facial, si tiene. Explórese breve y superficialmente. Recuerde el leve tacto de su piel con su ropaje o del agua, de temperatura al gusto, de la ducha cayendo y rozando su piel. Ahora imagínese en el siglo XIX, en una pequeña casa en lo alto de un árbol, su piel cubierta de un frondoso y oscuro pelaje. Imagínese como a un simio de bien, con su típico atuendo de acomodado, de trabajador, o de artesano del ya mentado siglo, e intégrese en la historia. Siéntase libre de pasear por el mundo que dejo a su disposición, beba, cante, ría, llore, sienta y disfrute de los placeres que desee; Paga la casa. Peléese en un bar con otros simios o tenga una noche loca con una persona desconocida. Usted sólo tiene que imaginar, y con eso queda saldada a cuenta.

Una vez preparado el viaje, adéntrese en este mundo.En una lejana tierra, poblada toda ella por unos avanzados y altamente educados simios, vivía Adam Capitalista Smith. Capitalista era un simio de gran inteligencia y elevadas capacidades, hábil en las artes manuales y muy trabajador. Pero sobre todo, era un simio ávido y despierto.
Cómo su padre, y el padre de su padre, Capitalista era productor de herramientas agropecuarias, trabajo que desempeñaba con gran afán. Sin embargo, él no se veía un mero trabajador, si no que se veía parte del engranaje que movía todo el microcosmos que habían creado los suyos durante siglos, regocijándose y jactándose de la magnificencia de su especie.
-Yo produzco herramientas, Campesino Smith, mi primo, me compra herramientas para producir alimento. Con lo obtenido de mi primo, pago a Terrateniente Westminster, por el alquiler del árbol, y con lo que obtiene mi primo de mi compra de alimento, hace lo propio. De manera, que Terrateniente compra alimento a Campesino también.- dijo Capitalista a su amigo Proletario Marx.
-¡Vaya, pues tu primo será rico!- dijo asombrado el joven Proletario.
-No seas ingenuo Proletario. La renta de los árboles es elevada, y el precio de su mercancía no lo es tanto, de manera que vive modestamente.- su expresión tornó en desagrado, comprimiendo su cara al fruncir el ceño, arrugando la piel de la frente- El que es rico es Terrateniente. Sus rentas son cada vez más elevadas, obligando a Campesino a producir más, abaratar algo el precio de la mercancía, y pasar por más mercados, trabajando sin descanso de sol a sol para poder generar el suficiente dinero como para pagar a Terrateniente, y obligándome a mi a producir más y trabajar más para pagar también mi renta, con la suerte de que mis herramientas son consumidas por mi primo, que gracias a su necesidad de aumentar la producción, desgasta más herramienta y requiere de más material.- explicó Capitalista con recelo y cual académico a su amigo.

Terrateniente Westminster era un distinguido miembro de la simiesca comunidad, que donaba auténticas fortunas a toda clase de obras, gracias a las que se ganaba el apoyo de los pobres que dependían de él y trabajaban sin descanso para generar más riquezas para él, y de paso ganarse el apoyo de otros distinguidos simios, que lo elegirían de nuevo Simio Supremo, gobernando el país como si de sus alforjas o el espléndido árbol en el que moraba se tratara, y legislando en pos de su beneficio. Esto era visto como algo horrible por Capitalista, que ardía de ira cada vez que lo veía, orgulloso, en su carro tirado por cuatro “simios sin pelo”, una estúpida y baja subespecie de simio sin ningún vestigio de inteligencia, recorriendo la vía y saludando con la mano a los transeúntes, que lo vitoreaban y agradecían su presencia enardecidamente.  “Tristes bobalicones” pensaba Capitalista cada vez que observaba la escena.

Mientras terminaba de trabajar el último encargo de su primo, una azada, el crepitar de las ramas de su comercio le sobresaltó. ¿Quién podía acudir cuando ya había oscurecido a su comercio?
-Hola Capitalista, necesito ayuda.- dijo aceleradamente el joven Proletario Marx.- He perdido mi vivienda, me han desahuciado. Me han echado de mi rama.
-¿Qué ha ocurrido? – cuestionó con interés y alarma Capitalista.
-Ese desalmado de Terrateniente ha elevado tanto la renta de mi rama que no he podido pagar. Y ahora…- no pudo terminar el joven, que se echo a llorar.
-Tranquilo… No pasa nada, ya sabes que yo estoy para ayudarte.- dijo Capitalista con el corazón encogido y tratando de consolar a su amigo- Puedes quedarte aquí conmigo, en mi árbol.- ofreció fraternalmente Capitalista a su amigo.
-¿De verdad?- preguntó entre llantos y sollozos a Marx a su amigo.
-Desde luego.- respondió Smith de forma protectora.

La vivienda de Capitalista Smith era un pequeño pero robusto árbol de dos ramas. En una, la más baja, se encontraba el comercio, y en la más alta la vivienda. Nadie, salvo Terrateniente Westminster y su camarilla de simios poseía en propiedad árboles. Al igual que sus padres. Y los padres de sus padres. Y así seguiría siendo. Por los simios de los simios. 
Se desperezó el día y se alzó tímidamente el sol, mientras una tosca voz llamó la atención de Capitalista.
-¡Primo, he “venío” a por el encargo!- espetó violentamente su primo, Campesino Smith.
-¡Buenos días primo! ¡Sube y toma una taza de té!- ofrecimiento que aceptó Campesino trepando por el leve ramaje que servía de escalinata.
Un fraternal abrazo de camaradería sirvió de saludo antes de verse con una taza de té tallada en madera y expulsando humo sobre una improvisada mesa realizada con corteza de árbol.
-Vaya compañía te has “echao”. ¿Qué tal te trata la vida, rufián?- preguntó con tono burlón Campesino.
- Al que han echado ha sido a mí, de mi rama. Con el trabajo en la minería no da para pagar las elevadas rentas de ese dichoso de Westminster.- Marx, con tristeza.
-Mientras no tenga nada mejor se quedará aquí, y trabajará para mi en el taller. Además, he pensado en ampliar mi mercado. Sé que la minería requiere de herramienta también, y es posible que sea un negocio muy lucrativo.- dijo en tono especulativo Capitalista.
-¡Quién mucho abarca poco aprieta, primo! No lo olvides.- valoró precavidamente Campesino.
-No te preocupes primo, no será problema. Con la ayuda de Proletario, podré cubrir todos los pedidos, y tendré de sobra para pagar a esa alimaña de Terrateniente.- espetó con furia y desprecio Capitalista.
-Espero que sepas lo que haces…- dijo sin demasiado convencimiento el agricultor.

Esa misma mañana le explicó Capitalista a Proletario cómo se trabaja el metal, que hasta recientemente extraía él mismo en la mina, y con gran maña comenzó a trabajarlo, puesto que ya había visto a su amigo hacerlo muchas veces.

Las cosas fueron bien. Cubrían sin ningún problema los pedidos, y obtenían un buen beneficio tras haber pagado los materiales y la renta. Sí señor, les iba genial. Disfrutaban de ciertos placeres que les podía ofrecer su situación económica, como el degustar un buen zumo de bayas de vez en cuando o tomar pastas de banana con el té del desayuno.
Aumentaron de tal manera, y abarcaron tantos campos finalmente, como el de las herramientas de obra para reformar los árboles y las ramas de los mismos, que terminaron por requerir de un gran esfuerzo. Era la primera vez que Capitalista se veía sin poder finalizar un trabajo a tiempo.
-Toca pedir disculpas y explicar que necesitamos un día más para finalizar un encargo. En veinte años de negocio, nunca he atrasado un encargo. Nunca…- dijo desolado el competente Smith.
-No te apures amigo, seguro que lo entienden.- dijo el joven e ingenuo Marx tratando de consolar a su amigo.

El rapapolvo fue tremendo. Capitalista Smith tuvo que agachar la cabeza y explicar a Capataz Clark que no podría terminar sus herramientas a tiempo por la acumulación de trabajo. Capataz lo tachó de “vago”, “falso rastrero” y “falto de palabra”. El orgullo de Smith se sintió tan tremendamente herido y se sintió tan avergonzado, que para no perder su fidelidad como cliente le regaló el lote de herramientas producidas y se arrastró suplicando su perdón y prometiendo que no volvería a ocurrir.
Ese día Capitalista estuvo mudo. No dirigió una sola palabra con su compañero y amigo Proletario Marx.

(Continuará)



Josu Ochoa Gonzalez

¡Salud Y República!

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