Por
los Simios de los Simios
(Segunda parte)
La mañana siguiente lució y las flores que
rodeaban la rama del taller se abrieron para saludar al sol. Capitalista no
pudo dormir bien, pues se sentía atormentado por lo ocurrido. Pensaba y
pensaba. Urdía toda clase de formas de producir más rápido las herramientas.
Pensaba en simios trabajando. Centenares de ellos. Pero ¿Dónde los metería? En
su rama no había hueco para ningún trabajador más. Pensó en otros gremios y sus
métodos de trabajo. Y recordó la faz del enfurecido Capataz, que le asolaba
cruelmente por no haber terminado su encargo a tiempo. Se imaginó su trabajo,
ordenando a sus simios. Un simio portando herramientas, otro portando resina,
otro portando piedra. Uno preparando la resina para aplicarla en la piedra,
otro aplicando la resina en la piedra y
otro colocando la piedra.
Sus ojos se encendieron como el sol. Tuvo una excepcional idea. Madrugó y se
dirigió a donde otro amigo, Federico Engels. Federico Engels era amigo de
Proletariado también, y recientemente había perdido también su rama. No podía
ir a trabajar por su condición de desposeído, y al pasar a engrosar la lista de
los “sinrama” locales, había caído en la espiral a la que se veían condenados
sus semejantes.
-Federico, amigo, tengo una oferta de trabajo para ti.- dijo con entusiasmo
fraternal Capitalista.
-¿De…de verdad?- titubeó Engels mientras se removía en el suelo entre los sacos
rotos de agricultores que conformaban su lecho.
-Sí. Trabajarás conmigo y con Proletariado en el taller, y te habilitaremos un
espacio en la rama. Estaremos apretados, pero al menos no estarás entre sacos
de entramado y cordel rotos en el suelo ni alimentándote de las purulentas e infectas sobras de
Westminster y sus perros fieles.- dijo Capitalista enérgicamente.
Se apresuraron a ir al taller, y explicó a sus compañeros la idea que había
desarrollado:
-Yo, al ser más experto en forja, me dedicaré a amartillar las puntas y cabezas
de las herramientas. Tú, Proletario, serás el encargado de cortar las robustas
ramas para generar los mangos de las herramientas, y tú, amigo Federico, tú
introducirás esas ramas en los pedazos de metal ya trabajados y amartillarás
fuerte la cabeza de la madera para fijar y ensamblar definitivamente las
herramientas. Es un trabajo en equipo y produciremos más con el mismo esfuerzo,
pero hemos de coordinarnos bien. Eliminaremos tiempos muertos, pues ejerceremos
una y otra vez el mismo trabajo de manera mecánica, y no requeriremos de tiempo
para cambiar de tarea.- explicó el ingenioso Smith.
-Vaya… Suena genial, Capitalista. ¡Seré el mejor productor de mangos de madera
del país!- proclamó enérgicamente Proletario.
Comenzaron a trabajar los tres amigos como se había planeado. Forja, producción
de mangos y ensamblaje. Los ruidos derivados de cada una de las tareas se iban
solapando, convirtiéndose finalmente en un único sonido. El sonido de la
productividad. Capitalista Smith se sentía escuchando el canto de los ángeles.
No llevaban ni dos horas de trabajo, cuando ya tenían cubierto el pedido del
día siguiente.
Capataz Clark quedó sorprendido con la calidad de su nuevo lote de productos.
La sonrisa en la faz de éste alivió la atormentada alma de Capitalista.
-Me equivoqué contigo muchacho… me equivoqué.- dijo con una mano sobre el
hombro de Smith.
Pasó el tiempo. Cinco años. Cinco largos años. Mucho había cambiado en el viejo
taller. Ahora éste se componía de dos árboles, con tres ramas cada uno.
Capitalista ya no vivía en su árbol, se había mudado a un árbol en el centro de
la ciudad y había convertido su antiguo hogar en otra parte del taller. Incluso
había formado su propia familia. Una mujer y un vástago. Ahora se mezclaba con
los antes compañeros y fieles seguidores de Westminster, que iba poco a poco
perdiendo sus ramas y su poder, en favor de Adam Capitalista Smith. El
colectivo de los dirigentes se había incrementado considerablemente, puesto que
todos los antiguos artesanos habían ido abrazando la idea de Capitalista,
corriendo como la pólvora la noticia de
que en un taller el trabajo era especializado y esto aumentaba la
productividad, ergo, también los ingresos de este artesano. El dinero se movía
de forma espectacular. Cuanto más se ganaba, más se invertía en más
trabajadores y más materia prima. La propiedad privada se repartía más,
surgiendo nuevos personajes con árboles en propiedad. Éstos no eran de la
calaña de terrateniente. Se hicieron llamar “Industriales” o “Capitalistas”, en
honor al genio y artífice de todo aquel movimiento. Nuevos nobles. Dorados
adalides del trabajo. Jactanciosos ellos, transformaron sus viejos y ajados
calcetines en nuevas y lustrosas calzas, sus desgastadas botas en brillantes
zapatos, y sus ropajes cambiaron de un sobrio y frío matiz grisáceo a unos
colores más alegres que les hacían parecer más importantes. Sus delgados pero
fornidos cuerpos de trabajadores y laboriosos artesanos habían tornado en
panzudos y saludables. Todos eran ahora gestores de sus negocios. Notables.
-Un brindis por Capitalista Smith, ya que gracias a él, todo discurre como
debe, y hemos roto los grilletes de las rentas de Terrateniente. ¡Por
Capitalista!- proclamó enérgicamente uno de los notables simios asistentes a la
reunión anual de industriales.
-¡Por Capitalista!- respondieron treinta voces al unísono, entre ellas la del
propio Capitalista.
-Amigos, compañeros, notables simios todos. Agradezco el calor y apoyo recibido
por todos vosotros, y he de transmitiros mi entusiasmo al ver todo lo logrado.
Somos libres. Al fin podemos disfrutar de una vida digna, no mirar con miedo al
final de mes, no sufrir por las rentas. Los trabajadores tienen hogares sin
pagar una renta excesiva, y quien trabaja y quien produce es quien al fin puede
decidir por lo que atañe a todos nuestros queridos compatriotas.- afirmó
henchido de orgullo Capitalista- ¿Acaso alguien podría imaginar un mundo más
feliz y perfecto?
Bien cierto era que Capitalista hacía cerca de dos años que no se acercaba a
sus talleres ni a las viviendas de sus trabajadores y había delegado todo su
trabajo, dedicándose única y exclusivamente a la parte comercial y
administrativa. Smith había pasado de hacer inventario, comprobar las
producciones y condiciones de sus trabajadores, a trabajar con libros de
cuentas, hablar con otros industriales y firmar pactos y alianzas para poder
seguir generando dinero que invertir en sus medios de producción. Por ello,
Capitalista no conocía las complicadas y duras condiciones en las que vivían
sus trabajadores, y entre ellos, sus amigos Proletario Marx y Federico Engels,
que pese a ser coordinadores de los trabajadores y de la plantilla, tenían que
trabajar igualmente en sus mismos puestos de antaño y vivir en los barracones
habilitados para los trabajadores.
Hacinamiento, escasa calidad en la comida y una raída ropa vieja y que no
quitaba el frío totalmente en invierno contrastaba con los bellos y cálidos
ropajes y todos los lujos de los que disfrutaba Capitalista. La dura situación
entre los trabajadores propició el pasó de una etapa dorada de crecimiento al
progresivo incremento de la tasa de mortalidad y enfermedades. El descontento
entre los trabajadores, que veían que su vida finalizaba donde finalizaba la
jornada laboral, y que su vida comenzaba con el nuevo comienzo de esta, fue en
franco aumento. Estos hablaban en el bar donde descansaban para comer, en los
barracones, en las colas esperando al salario, en la clandestinidad del
excusado cuando se cruzaban dos de estos simios.
Proletario y Federico también hablaban. Eran simios ávidos y expertos ya en
este mundo. El resto de simios, en su mayoría, eran jóvenes y poco vividos,
puesto que los más mayores ya habían muerto debido a las duras condiciones de
esa vida. Marx y Engels parlamentaban en el bar, durante los descansos para
comer, acerca del radical cambio de la vida en aquellos talleres. Rememoraban
las épocas en las que se codeaban con Capitalista y su maravillosa relación
inicial. Primero hablaban en la clandestinidad, en la sombra. Posteriormente,
sus charlas eran públicas, y cualquier simio que estuviera en el bar llenaba
sus oídos y su mente de grandes palabras acerca de “la clase trabajadora”, o
“proletaria”, en honor al que consideraban creador de esa “conciencia de
clase”, Proletario Marx, “conciencia social”, “bien común”… y otras que
llenaban de esperanza los corazones de los trabajadores, mientras el rancho
diario llenaba de comida sus estómagos. Las charlas solían acabar con aplausos
y gritos de júbilo por parte de los trabajadores expectantes a la vez que el
agudo y afilado sonido del pitido para volver al trabajo.
Los trabajadores desarrollaron todo un mundo entorno a esas charlas y a esas
ideas. De esa idea de “conciencia social” nacieron los denominados
“Socialistas”, identidad que recorrió velozmente toda la “clase proletaria”.
Las conversaciones entre los dos iconos de los trabajadores se volvieron cada
vez más duras y violentas hacia Capitalista y
“los suyos”. En numerosas ocasiones alzaban sus puños en el aire Marx y
Engels para enfatizar su enojo, y los trabajadores, imitando el ejemplo y a
modo de saludo entre compañeros, alzaban su puño izquierdo, puesto que, al ser
diestros la mayoría, con la derecha seguían sujetando la herramienta de
trabajo. Pronto se extendió el trato entre compañeros como “camaradas”, tal y
como se consideraban los compañeros de armas, viéndose todos parte de una lucha
común.
(Continuará)
Josu Ochoa Gonzalez
¡Salud Y República!
sábado, 26 de enero de 2013
Por los Simios de los Simios (Segunda parte)
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viernes, 11 de enero de 2013
Por los Simios de los Simios (Primera parte)
Por los Simios de los
Simios
(Primera parte)
Antes de entrar en materia…
Querido lector. Sí, usted. No empiece a leer el texto si no puede abstraerse cómo es debido.
Para empezar, relájese. Vaya a la cocina, al bar, a cualquier establecimiento de consumibles. Sírvase una copa de vino o cualquier consumible líquido de su agrado. Puede acompañarlo de algún sólido, si gusta. Prepárese para imaginar y viajar. Para viajar en el tiempo y en el espacio. Para volar.
Vaya a un espejo, mírese. Sí, obsérvese en detalle. Sus manos, su cálida y suave piel, sus labios, sus ojos, su cabello, su bello facial, si tiene. Explórese breve y superficialmente. Recuerde el leve tacto de su piel con su ropaje o del agua, de temperatura al gusto, de la ducha cayendo y rozando su piel. Ahora imagínese en el siglo XIX, en una pequeña casa en lo alto de un árbol, su piel cubierta de un frondoso y oscuro pelaje. Imagínese como a un simio de bien, con su típico atuendo de acomodado, de trabajador, o de artesano del ya mentado siglo, e intégrese en la historia. Siéntase libre de pasear por el mundo que dejo a su disposición, beba, cante, ría, llore, sienta y disfrute de los placeres que desee; Paga la casa. Peléese en un bar con otros simios o tenga una noche loca con una persona desconocida. Usted sólo tiene que imaginar, y con eso queda saldada a cuenta.
Una vez preparado el viaje, adéntrese en este mundo.En una lejana tierra, poblada toda ella por unos avanzados y altamente educados simios, vivía Adam Capitalista Smith. Capitalista era un simio de gran inteligencia y elevadas capacidades, hábil en las artes manuales y muy trabajador. Pero sobre todo, era un simio ávido y despierto.
Cómo su padre, y el padre de su padre, Capitalista era productor de herramientas agropecuarias, trabajo que desempeñaba con gran afán. Sin embargo, él no se veía un mero trabajador, si no que se veía parte del engranaje que movía todo el microcosmos que habían creado los suyos durante siglos, regocijándose y jactándose de la magnificencia de su especie.
-Yo produzco herramientas, Campesino Smith, mi primo, me compra herramientas para producir alimento. Con lo obtenido de mi primo, pago a Terrateniente Westminster, por el alquiler del árbol, y con lo que obtiene mi primo de mi compra de alimento, hace lo propio. De manera, que Terrateniente compra alimento a Campesino también.- dijo Capitalista a su amigo Proletario Marx.
-¡Vaya, pues tu primo será rico!- dijo asombrado el joven Proletario.
-No seas ingenuo Proletario. La renta de los árboles es elevada, y el precio de su mercancía no lo es tanto, de manera que vive modestamente.- su expresión tornó en desagrado, comprimiendo su cara al fruncir el ceño, arrugando la piel de la frente- El que es rico es Terrateniente. Sus rentas son cada vez más elevadas, obligando a Campesino a producir más, abaratar algo el precio de la mercancía, y pasar por más mercados, trabajando sin descanso de sol a sol para poder generar el suficiente dinero como para pagar a Terrateniente, y obligándome a mi a producir más y trabajar más para pagar también mi renta, con la suerte de que mis herramientas son consumidas por mi primo, que gracias a su necesidad de aumentar la producción, desgasta más herramienta y requiere de más material.- explicó Capitalista con recelo y cual académico a su amigo.
Terrateniente Westminster era un distinguido miembro de la simiesca comunidad, que donaba auténticas fortunas a toda clase de obras, gracias a las que se ganaba el apoyo de los pobres que dependían de él y trabajaban sin descanso para generar más riquezas para él, y de paso ganarse el apoyo de otros distinguidos simios, que lo elegirían de nuevo Simio Supremo, gobernando el país como si de sus alforjas o el espléndido árbol en el que moraba se tratara, y legislando en pos de su beneficio. Esto era visto como algo horrible por Capitalista, que ardía de ira cada vez que lo veía, orgulloso, en su carro tirado por cuatro “simios sin pelo”, una estúpida y baja subespecie de simio sin ningún vestigio de inteligencia, recorriendo la vía y saludando con la mano a los transeúntes, que lo vitoreaban y agradecían su presencia enardecidamente. “Tristes bobalicones” pensaba Capitalista cada vez que observaba la escena.
Mientras terminaba de trabajar el último encargo de su primo, una azada, el crepitar de las ramas de su comercio le sobresaltó. ¿Quién podía acudir cuando ya había oscurecido a su comercio?
-Hola Capitalista, necesito ayuda.- dijo aceleradamente el joven Proletario Marx.- He perdido mi vivienda, me han desahuciado. Me han echado de mi rama.
-¿Qué ha ocurrido? – cuestionó con interés y alarma Capitalista.
-Ese desalmado de Terrateniente ha elevado tanto la renta de mi rama que no he podido pagar. Y ahora…- no pudo terminar el joven, que se echo a llorar.
-Tranquilo… No pasa nada, ya sabes que yo estoy para ayudarte.- dijo Capitalista con el corazón encogido y tratando de consolar a su amigo- Puedes quedarte aquí conmigo, en mi árbol.- ofreció fraternalmente Capitalista a su amigo.
-¿De verdad?- preguntó entre llantos y sollozos a Marx a su amigo.
-Desde luego.- respondió Smith de forma protectora.
La vivienda de Capitalista Smith era un pequeño pero robusto árbol de dos ramas. En una, la más baja, se encontraba el comercio, y en la más alta la vivienda. Nadie, salvo Terrateniente Westminster y su camarilla de simios poseía en propiedad árboles. Al igual que sus padres. Y los padres de sus padres. Y así seguiría siendo. Por los simios de los simios.
Se desperezó el día y se alzó tímidamente el sol, mientras una tosca voz llamó la atención de Capitalista.
-¡Primo, he “venío” a por el encargo!- espetó violentamente su primo, Campesino Smith.
-¡Buenos días primo! ¡Sube y toma una taza de té!- ofrecimiento que aceptó Campesino trepando por el leve ramaje que servía de escalinata.
Un fraternal abrazo de camaradería sirvió de saludo antes de verse con una taza de té tallada en madera y expulsando humo sobre una improvisada mesa realizada con corteza de árbol.
-Vaya compañía te has “echao”. ¿Qué tal te trata la vida, rufián?- preguntó con tono burlón Campesino.
- Al que han echado ha sido a mí, de mi rama. Con el trabajo en la minería no da para pagar las elevadas rentas de ese dichoso de Westminster.- Marx, con tristeza.
-Mientras no tenga nada mejor se quedará aquí, y trabajará para mi en el taller. Además, he pensado en ampliar mi mercado. Sé que la minería requiere de herramienta también, y es posible que sea un negocio muy lucrativo.- dijo en tono especulativo Capitalista.
-¡Quién mucho abarca poco aprieta, primo! No lo olvides.- valoró precavidamente Campesino.
-No te preocupes primo, no será problema. Con la ayuda de Proletario, podré cubrir todos los pedidos, y tendré de sobra para pagar a esa alimaña de Terrateniente.- espetó con furia y desprecio Capitalista.
-Espero que sepas lo que haces…- dijo sin demasiado convencimiento el agricultor.
Esa misma mañana le explicó Capitalista a Proletario cómo se trabaja el metal, que hasta recientemente extraía él mismo en la mina, y con gran maña comenzó a trabajarlo, puesto que ya había visto a su amigo hacerlo muchas veces.
Las cosas fueron bien. Cubrían sin ningún problema los pedidos, y obtenían un buen beneficio tras haber pagado los materiales y la renta. Sí señor, les iba genial. Disfrutaban de ciertos placeres que les podía ofrecer su situación económica, como el degustar un buen zumo de bayas de vez en cuando o tomar pastas de banana con el té del desayuno.
Aumentaron de tal manera, y abarcaron tantos campos finalmente, como el de las herramientas de obra para reformar los árboles y las ramas de los mismos, que terminaron por requerir de un gran esfuerzo. Era la primera vez que Capitalista se veía sin poder finalizar un trabajo a tiempo.
-Toca pedir disculpas y explicar que necesitamos un día más para finalizar un encargo. En veinte años de negocio, nunca he atrasado un encargo. Nunca…- dijo desolado el competente Smith.
-No te apures amigo, seguro que lo entienden.- dijo el joven e ingenuo Marx tratando de consolar a su amigo.
El rapapolvo fue tremendo. Capitalista Smith tuvo que agachar la cabeza y explicar a Capataz Clark que no podría terminar sus herramientas a tiempo por la acumulación de trabajo. Capataz lo tachó de “vago”, “falso rastrero” y “falto de palabra”. El orgullo de Smith se sintió tan tremendamente herido y se sintió tan avergonzado, que para no perder su fidelidad como cliente le regaló el lote de herramientas producidas y se arrastró suplicando su perdón y prometiendo que no volvería a ocurrir.
Ese día Capitalista estuvo mudo. No dirigió una sola palabra con su compañero y amigo Proletario Marx.
(Continuará)
Josu Ochoa Gonzalez
¡Salud Y República!
(Primera parte)
Antes de entrar en materia…
Querido lector. Sí, usted. No empiece a leer el texto si no puede abstraerse cómo es debido.
Para empezar, relájese. Vaya a la cocina, al bar, a cualquier establecimiento de consumibles. Sírvase una copa de vino o cualquier consumible líquido de su agrado. Puede acompañarlo de algún sólido, si gusta. Prepárese para imaginar y viajar. Para viajar en el tiempo y en el espacio. Para volar.
Vaya a un espejo, mírese. Sí, obsérvese en detalle. Sus manos, su cálida y suave piel, sus labios, sus ojos, su cabello, su bello facial, si tiene. Explórese breve y superficialmente. Recuerde el leve tacto de su piel con su ropaje o del agua, de temperatura al gusto, de la ducha cayendo y rozando su piel. Ahora imagínese en el siglo XIX, en una pequeña casa en lo alto de un árbol, su piel cubierta de un frondoso y oscuro pelaje. Imagínese como a un simio de bien, con su típico atuendo de acomodado, de trabajador, o de artesano del ya mentado siglo, e intégrese en la historia. Siéntase libre de pasear por el mundo que dejo a su disposición, beba, cante, ría, llore, sienta y disfrute de los placeres que desee; Paga la casa. Peléese en un bar con otros simios o tenga una noche loca con una persona desconocida. Usted sólo tiene que imaginar, y con eso queda saldada a cuenta.
Una vez preparado el viaje, adéntrese en este mundo.En una lejana tierra, poblada toda ella por unos avanzados y altamente educados simios, vivía Adam Capitalista Smith. Capitalista era un simio de gran inteligencia y elevadas capacidades, hábil en las artes manuales y muy trabajador. Pero sobre todo, era un simio ávido y despierto.
Cómo su padre, y el padre de su padre, Capitalista era productor de herramientas agropecuarias, trabajo que desempeñaba con gran afán. Sin embargo, él no se veía un mero trabajador, si no que se veía parte del engranaje que movía todo el microcosmos que habían creado los suyos durante siglos, regocijándose y jactándose de la magnificencia de su especie.
-Yo produzco herramientas, Campesino Smith, mi primo, me compra herramientas para producir alimento. Con lo obtenido de mi primo, pago a Terrateniente Westminster, por el alquiler del árbol, y con lo que obtiene mi primo de mi compra de alimento, hace lo propio. De manera, que Terrateniente compra alimento a Campesino también.- dijo Capitalista a su amigo Proletario Marx.
-¡Vaya, pues tu primo será rico!- dijo asombrado el joven Proletario.
-No seas ingenuo Proletario. La renta de los árboles es elevada, y el precio de su mercancía no lo es tanto, de manera que vive modestamente.- su expresión tornó en desagrado, comprimiendo su cara al fruncir el ceño, arrugando la piel de la frente- El que es rico es Terrateniente. Sus rentas son cada vez más elevadas, obligando a Campesino a producir más, abaratar algo el precio de la mercancía, y pasar por más mercados, trabajando sin descanso de sol a sol para poder generar el suficiente dinero como para pagar a Terrateniente, y obligándome a mi a producir más y trabajar más para pagar también mi renta, con la suerte de que mis herramientas son consumidas por mi primo, que gracias a su necesidad de aumentar la producción, desgasta más herramienta y requiere de más material.- explicó Capitalista con recelo y cual académico a su amigo.
Terrateniente Westminster era un distinguido miembro de la simiesca comunidad, que donaba auténticas fortunas a toda clase de obras, gracias a las que se ganaba el apoyo de los pobres que dependían de él y trabajaban sin descanso para generar más riquezas para él, y de paso ganarse el apoyo de otros distinguidos simios, que lo elegirían de nuevo Simio Supremo, gobernando el país como si de sus alforjas o el espléndido árbol en el que moraba se tratara, y legislando en pos de su beneficio. Esto era visto como algo horrible por Capitalista, que ardía de ira cada vez que lo veía, orgulloso, en su carro tirado por cuatro “simios sin pelo”, una estúpida y baja subespecie de simio sin ningún vestigio de inteligencia, recorriendo la vía y saludando con la mano a los transeúntes, que lo vitoreaban y agradecían su presencia enardecidamente. “Tristes bobalicones” pensaba Capitalista cada vez que observaba la escena.
Mientras terminaba de trabajar el último encargo de su primo, una azada, el crepitar de las ramas de su comercio le sobresaltó. ¿Quién podía acudir cuando ya había oscurecido a su comercio?
-Hola Capitalista, necesito ayuda.- dijo aceleradamente el joven Proletario Marx.- He perdido mi vivienda, me han desahuciado. Me han echado de mi rama.
-¿Qué ha ocurrido? – cuestionó con interés y alarma Capitalista.
-Ese desalmado de Terrateniente ha elevado tanto la renta de mi rama que no he podido pagar. Y ahora…- no pudo terminar el joven, que se echo a llorar.
-Tranquilo… No pasa nada, ya sabes que yo estoy para ayudarte.- dijo Capitalista con el corazón encogido y tratando de consolar a su amigo- Puedes quedarte aquí conmigo, en mi árbol.- ofreció fraternalmente Capitalista a su amigo.
-¿De verdad?- preguntó entre llantos y sollozos a Marx a su amigo.
-Desde luego.- respondió Smith de forma protectora.
La vivienda de Capitalista Smith era un pequeño pero robusto árbol de dos ramas. En una, la más baja, se encontraba el comercio, y en la más alta la vivienda. Nadie, salvo Terrateniente Westminster y su camarilla de simios poseía en propiedad árboles. Al igual que sus padres. Y los padres de sus padres. Y así seguiría siendo. Por los simios de los simios.
Se desperezó el día y se alzó tímidamente el sol, mientras una tosca voz llamó la atención de Capitalista.
-¡Primo, he “venío” a por el encargo!- espetó violentamente su primo, Campesino Smith.
-¡Buenos días primo! ¡Sube y toma una taza de té!- ofrecimiento que aceptó Campesino trepando por el leve ramaje que servía de escalinata.
Un fraternal abrazo de camaradería sirvió de saludo antes de verse con una taza de té tallada en madera y expulsando humo sobre una improvisada mesa realizada con corteza de árbol.
-Vaya compañía te has “echao”. ¿Qué tal te trata la vida, rufián?- preguntó con tono burlón Campesino.
- Al que han echado ha sido a mí, de mi rama. Con el trabajo en la minería no da para pagar las elevadas rentas de ese dichoso de Westminster.- Marx, con tristeza.
-Mientras no tenga nada mejor se quedará aquí, y trabajará para mi en el taller. Además, he pensado en ampliar mi mercado. Sé que la minería requiere de herramienta también, y es posible que sea un negocio muy lucrativo.- dijo en tono especulativo Capitalista.
-¡Quién mucho abarca poco aprieta, primo! No lo olvides.- valoró precavidamente Campesino.
-No te preocupes primo, no será problema. Con la ayuda de Proletario, podré cubrir todos los pedidos, y tendré de sobra para pagar a esa alimaña de Terrateniente.- espetó con furia y desprecio Capitalista.
-Espero que sepas lo que haces…- dijo sin demasiado convencimiento el agricultor.
Esa misma mañana le explicó Capitalista a Proletario cómo se trabaja el metal, que hasta recientemente extraía él mismo en la mina, y con gran maña comenzó a trabajarlo, puesto que ya había visto a su amigo hacerlo muchas veces.
Las cosas fueron bien. Cubrían sin ningún problema los pedidos, y obtenían un buen beneficio tras haber pagado los materiales y la renta. Sí señor, les iba genial. Disfrutaban de ciertos placeres que les podía ofrecer su situación económica, como el degustar un buen zumo de bayas de vez en cuando o tomar pastas de banana con el té del desayuno.
Aumentaron de tal manera, y abarcaron tantos campos finalmente, como el de las herramientas de obra para reformar los árboles y las ramas de los mismos, que terminaron por requerir de un gran esfuerzo. Era la primera vez que Capitalista se veía sin poder finalizar un trabajo a tiempo.
-Toca pedir disculpas y explicar que necesitamos un día más para finalizar un encargo. En veinte años de negocio, nunca he atrasado un encargo. Nunca…- dijo desolado el competente Smith.
-No te apures amigo, seguro que lo entienden.- dijo el joven e ingenuo Marx tratando de consolar a su amigo.
El rapapolvo fue tremendo. Capitalista Smith tuvo que agachar la cabeza y explicar a Capataz Clark que no podría terminar sus herramientas a tiempo por la acumulación de trabajo. Capataz lo tachó de “vago”, “falso rastrero” y “falto de palabra”. El orgullo de Smith se sintió tan tremendamente herido y se sintió tan avergonzado, que para no perder su fidelidad como cliente le regaló el lote de herramientas producidas y se arrastró suplicando su perdón y prometiendo que no volvería a ocurrir.
Ese día Capitalista estuvo mudo. No dirigió una sola palabra con su compañero y amigo Proletario Marx.
(Continuará)
Josu Ochoa Gonzalez
¡Salud Y República!
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