miércoles, 7 de marzo de 2012

Alguien pensó sobre el nido del simio


Alguien pensó sobre el nido del simio
Hallábase en un árbol un clan de simios. Compartían, como civilizados seres, todos sus bienes, sus sentimientos, sus vidas. Todos unidos y en paz. Todos iguales. O casi todos. El simio más anciano, y el más sabio a su vez, Salomón, vivía en la copa del árbol, y en su haber varias ramas en las que moraba, meditando.
Dos simios, amigos, Con y Sin, disfrutaban de una agradable tarde conversando acerca de lo maravilloso que era vivir en el árbol, junto a sus compañeros, con los que llevaban jugando y trabajando desde pequeños, con las hembras con las que fornicaban desde que alcanzaron la madurez sexual y con la libertad de caminar por todas las ramas del árbol sin ningún tipo de impedimento, pudiendo disfrutar de la luz solar durante las horas de luz, las bellas puestas de sol, la techumbre y el cobijo de las zonas de ramaje más espeso en caso de lluvia. Sin embargo, y como era evidente, no podían disfrutar siempre todos de los espacios mas ventajosos, ya que no cabían todos concentrados en esas zonas, con lo que  se estableció, a recomendación del simio más sabio, morador de las alturas, un sistema de rotación en el derecho de establecerse en esas zonas por un día.
-Oh, que bella luz radia el sol, que baña nuestra piel y nos da calor. Si bien es triste que no podamos disfrutar de algo tan magnifico todos a la vez.- dijo apenado Sin.
-Sí… Supongo que es triste.- respondió Con sin demasiado entusiasmo.
-Claro que lo es. Todos deberíamos poder acceder a todo cuanto estuviera a nuestro alcance.- afirmó convencido Sin, tratando de convencerle.
-¿Nunca has pensado en no dejar estos lugares? Digo, para disfrutar siempre de la comodidad y las ventajas de estos sitios. Olvidar el sistema de rotación.- Con un tanto irritado.
-No, la verdad es que no. ¿Y el resto de nuestros compañeros? ¿Qué sería de su derecho al usufructo de estas zonas? ¿Y su bienestar? ¿Acaso no es importante?- preguntó Sin, confuso por la postura de su compañero- A fin de cuentas, todo es de todos. ¿Duermes siempre sobre la misma rama? ¿Comes siempre del mismo árbol frutal, y la misma cantidad? ¿Te acuestas siempre con la misma hembra? Y ellas, ¿Se acuestan siempre contigo?
En silencio y meditabundo, Con observaba el infinito con una mueca de claro malestar ante los comentarios de su compañero, que sonaban a reproche y le hacían sentirse mezquino, pese a tener arraigado en lo más profundo de su corazón el convencimiento de que no estaba equivocado, pues desde pequeño había sido criado para concebir el mundo tal y como su amigo pregonaba.
-Sí… Tienes razón. Lo siento Sin.- se disculpó en tanto alzaba su piña cortada por la mitad y bebía un buen trago de zumo de bayas, elaborado todo por el grupo de simios dedicados a la recogida de frutos, gremio al que pertenecían ambos.
Cuando la puesta de sol hubo terminado y todos los simios, machos y hembras, se hubieron juntado para disfrutar de su dosis diaria de ocio erótico, el clan entero se dispuso a dormir acunado y arrullado por el leve y cálido viento que acariciaba las ramas y silbaba entre las pequeñas nuevas hojas que crecían en estas. Mientras el resto dormían, a Con le costaba conciliar el sueño. Se sentía sujeto a algo que no podía comprender. ¿Por qué no podía él quedarse de forma permanente en una zona soleada y con espesura para disfrutar de la luz solar o evitar la lluvia y el frío? Y, ¿Por qué el resto de simios creían en ese mequetrefe atrofiado por los años que moraba en las alturas y que no era quien para dictar la forma en que debía vivir? Se revolvía en su lecho natural mientras, en el más oscuro poso de su ser, sembraba la semilla del odio contra el resto del clan. Y sobre todo, por encima de todo, contra su amigo Sin, fiel seguidor de Salomón. Amigo y compañero suyo también.
A la mañana siguiente Con se decidió. Se despertó antes que nadie, cosa sencilla ya que no llegó a dormir del todo, y ocupó el mismo espacio en el que mantuvo la conversación con su amigo.
-Disculpa compañero, creo que  te has equivocado de rama o de día. Hoy me tocaba el disfrute del punto caliente para disfrutar del sol. Lo siento compañero…- dijo educadamente Luk, tratando de emplear un tono sin malicia alguna.- ¿Me cederías el espacio?
Con se recostó y se extendió cuan largo y ancho era, rozando su tupido pelaje contra la corteza del árbol.
-Perdona…
-No pienso moverme.- sentención Con.
-¿Cómo?- abandonó su tono cortés, sonando más confuso y tenso.- El sistema de rotación… dice…- balbució titubeante Luk, claramente cohibido ante la categórica negación de su compañero.
-Me quedo en esta rama, y no obedezco al sistema de rotación. Esta rama es MÍA.- dijo tajante- Echadme a ese palurdo viejo y ajado de la copa si quieres. Tendréis que moverme entre todos para echarme.
-¿”Mía”? ¿M…I...A?- pensaba confuso en voz alta Luk, que no comprendía la palabra, pues no existía hasta el momento tal palabra.- ¿Qué significa “Mía”?
-Significa que “me pertenece”. Para siempre. Y su disfrute también. Sin remisión, salvo que yo quiera abandonarla.- dijo mientras se levantaba de forma amenazadora- Y ahora, ¡Fuera de MI rama!- gritó alertando al resto de simios que se acercaron a contemplar la escena, temiendo un ataque de algún animal, ya que nunca dos simios se habían enfrentado entre sí.
-¿Qué ocurre aquí? ¿Hay algún problema? ¿Alguien herido?- preguntó ansioso a la par que nervioso Sin, que escuchó los gritos.
-¡Con! ¡Con dice que la rama es “Mía”! ¡Y dice que eso significa que le pertenece y que solo él puede disfrutar de la rama!- espetó Luk claramente ansioso.
-Con, ¿Qué significa esto?- preguntó Sin indignado.
-Ya te lo ha dicho Luk; esta rama es mía.- respondió algo más calmado mientras volvía a sentarse.
-Con, esto no puede ser. ¿No recuerdas los preceptos de Salomón? “Todos debemos disfrutar de todo” y “Todos vivimos para todos”.- trató de convencerle Sin, en vano.
- ¡No estoy de acuerdo! ¡Odio –palabra que no comprendieron, puesto que la inventó Con en sus introspecciones nocturnas -todo lo que dice ese fantoche, y os odio a todos! ¡Odio el colectivo!- tronó el simio, lleno rabia, cuando se levantaba de un salto.
-¿Quién osa perturbar la paz de este clan?
La profunda voz resonó en cada uno de los recovecos del lugar, ahuyentando a cualquier alimaña que morara por los alrededores. Era él. El morador de las alturas, Salomón. Hacía más de dos años que no bajaba, desde la última previsión trienal.
-¿Qué ocurre aquí, Sin? ¿Qué es esta algarabía? – preguntó con voz trémula el anciano simio.
-Esta rama es mía, y no pienso cedérsela a nadie. Es mía, ¿Entiendes viejo? ¡Sólo mía!
-¿Qué significa eso de “Mía”?- preguntó Salomón y carraspeo para aclarar su voz.
-¡Significa que no quiero seguir siendo parte de este clan ni de su estúpido sistema de rotación, ni del disfrute colectivo, ni de nada en absoluto!- explicó a gritos Con, que comenzaba a alzarse sobre sus patas posteriores, mostrando erguido todo su poderío físico, digno del mejor recolector de frutos.
Se acercó lento y casi serpenteante hasta el anciano, que lo observaba con severa expresión, tratando de mostrar su entereza.
-Si no abandonas mi rama, acabaré contigo. No te quepa ninguna duda.- su tenebrosa voz pareció empapar a todos. El aire se volvió más denso y parecía que todo el entorno se detenía, como si el árbol y sus extremidades mismas quisieran ser parte de tal efeméride. Era la primera vez que un simio amenazaba a otro, y la primera vez que un simio se creía en posesión de algo.
-No te atreverás a hacerme nada. Nunca un simio ha empleado su fuerza en atacar a otro simio. Nunca.- culminó el sabio, dándose cuenta de que Con no estaba dispuesto a abandonar la rama, y posiblemente le lanzara al suelo.
Calculó la larga distancia que los separaba del suelo. Treinta, tal vez treinta y cinco metros. Mortal seguramente, y más para un anciano con la integridad estructural ósea de una tierna baya de matorral.
-Creo que podemos solucionar esto. Recuerda, “Conversar es razonar”.
-Eso funciona en tu caso y en el de estos mentecatos, acondicionados y sujetos a las mismas normas porque no sabéis como actuar solos.- le reprochó el joven al viejo con tono altivo.- Pero dime, ¿Estarías dispuesto a abandonar tu lecho de las alturas, cómodo, cálido y soleado, para dejárselo a cualquier otro simio en caso de necesidad?
El rostro del anciano se retorció en una mueca de terror, y, por un momento, en su interior hirvió con furia la sangre, que parecía querer salir de su cuerpo. El joven Con había dado en el clavo. A él se le concedía vivir en la copa del árbol solo por su colaboración al resto de simios, siendo considerado toda una institución, gracias a su sabiduría. Pero, ¿Permitiría el en caso de necesidad que otros simios se adentraran y se instalaran en ese espacio? ¿Abandonaría su disfrute y su comodidad por otro simio?
Mientras Salomón sentía ese debate interno y parecía mantener una encarnizada y brutal lucha entre la privacidad del espacio “legitimo” de cada uno y el disfrute colectivo, el resto de los simios empezaron a sentir en su interior algo que nunca habían sentido.
- Con, al fin me he quitado un peso de encima.- dijo Luk de una forma más distendida, interrumpiendo la densa y prácticamente solida muralla en la que se había convertido la pausa tras la disyuntiva formulada por Con al viejo.- Creía que era el único que pensaba así. ¡Ya pensaba yo que me iba a pasar el resto de mi triste existencia fustigándome por no encajar en el ideario del colectivo!- y rompió a reír a carcajadas mientras se acercaba a Con y le daba una palmada en la espalda.
El resto de simios comenzaron a relamerse, como si todos hubieran pensado al mismo tiempo lo mismo, pero siempre hubieran tenido miedo de expresarlo, por miedo a verse sometidos a un destierro, o lo que es peor, a una exclusión del colectivo. Si ser desterrado es terrible, aún más terrible es que tus propios compañeros, ante tus narices, te ignoren o te den la espalda. El colectivo puede hacer desaparecer un elemento simplemente ignorándolo. Obviándolo.
- Que bien, que placer, que desahogo. Me daba muchísimo miedo expresar lo mismo. Es tan bello poder disfrutar de un cómodo lecho cada noche; poder disfrutar del sol y del cobijo de la lluvia siempre que lo necesite… Tener mi propio espacio y acondicionarlo a mi manera.- expuso con entusiasmo Sin, mostrando su verdadera naturaleza, al igual que fueron haciendo sus compañeros del clan, descubriéndose todos afines a Con. Incluido el anciano, que tímidamente admitió tener la misma convicción, aunque creyendo que todos podrían vivir en paz propuso una forma en la que todos disfrutasen en algún momento, sin ninguna condición más que la de pertenecer al clan, del bienestar del cobijo o el buen tiempo.
-Bueno, ¿Y ahora, que deberíamos hacer, compañeros?- preguntó Sin.
-Está claro,- respondió rápidamente Con- ¡Cada quien que se apropie de un espacio!
Todos los simios, con la única promesa de una buena rama, salieron corriendo en todas direcciones. Sobre otros simios, rodeando a otros simios o incluso bajo ellos. Un elemento común que había unido al clan en la misma visión acerca de una gestión, algo que debería unirles, provocaba un caos absoluto. Algunos sujetos cayeron, viendo su final acercarse, y lamentándose. No lamentándose por morir, por desaparecer, por no poder disfrutar mas de la vida y sus frutos. Ni la compañía de las hembras o los machos en los momentos de mayor apetito sexual ni el zumo de bayas en las piñas. Nada de eso. Lo que angustiaba a estos seres era la certeza de que ellos ya no podrían conseguir la rama que pertenecería a otros.
El anciano, todo lo raudo y veloz que su osamenta y su musculatura le permitían, se dirigió a la copa del árbol a defender el territorio que legítimamente le había sido concedido. Sin embargo, otros simios se habían apropiado ya de la zona. Bajo el pasaron  un grupo de jóvenes simios que sacudieron las ramas adyacentes, haciendo desequilibrarse a Salomón. Este cayó, llorando, bañando con sus lágrimas cada centímetro que le separaba del ramaje. Las lágrimas de este, en cambio, no eran de angustia ni dolor. Eran de tranquilidad. Puede que finalmente si hubiera cierta sabiduría en él. El instante antes de convertirse en una masa de carne inerte, carente ya de forma a causa del impacto contra el suelo, sintió que otra vez experimentaba algo nuevo. Se sentía libre. Libertad. No sufriría envidia, ansia por poseer más. No más de lo que se tiene, si no que más que otro. No le maltratarían día a día los picotazos de esa sensación tan molesta de ser menos que un congénere. Ni las embestidas de la cruda realidad; era un simio mayor, y no podría acceder a un ramaje digno. Aquello rompía las normas del colectivismo, y se convertía el individuo en el sujeto supremo. Individualismo. ¿Quién le ayudaría cuando fuera un simio sin cobijo? Un sin-rama, a merced del frío, la lluvia y los depredadores que le acecharían durante la noche para devorarlo sin piedad. No, él no pasaría por ello. Esa noche unos simios de otro clan mucho menos avanzado y menos adaptado, que aún no habían descubierto como emplear herramientas talladas de piedra, a desarrollar un idioma, ni a cultivar los árboles frutales a su alrededor, a pesar de caminar sobre sus dos patas traseras, -cosa que nunca alcanzó nuestro querido clan- se alimentarían de su carroña.

Horas más tarde, en virtud de la “posesión” de mayor (como él lo llamó) “legítimo patrimonio”, se erigió como nuevo sabio Con. Este nombró a otros dos “Vicesabios”, también en función de su “legítimo patrimonio”, para solventar los asuntos y roces que pudiera el recién descubierto concepto de (como él lo llamó) “propiedad privada” generar, en busca de un afianzamiento de este sistema, ya que se habían generado varios muertos a causa de disputas “interramales”.

Con, su sistema y el resto del clan, murieron pocos meses más tarde. Comenzaron muriendo los que no alcanzaron rama, o los “sin-rama”, a causa del frío y el hambre, ya que los árboles frutales también se diversificaron, y estos no pudieron acceder a ellos al no tener rama. Al resto de los simios que tenían menos patrimonio, les correspondía menos fruta de los árboles. Había muchas ramas habitadas por los recién ideados “núcleos familiares”, y la fruta que recibían esos núcleos no era suficiente, así que murieron de astenia provocada por el hambre. Al no poder trabajarlos con la misma intensidad que antes, la mayoría de los árboles murieron, dejando finalmente a Con al cargo de un pírrico árbol frutal, que no tardó en desaparecer con las primeras nieves.

Antes de morir, Con Marx dijo: “¡Maldigo una y mil veces la dichosa “propiedad privada”, el “patrimonio”  y los derechos del que mas tiene! ¿Por qué no seguimos compartiendo todo en común? ¿Por qué?”
El otro clan de simios lo escuchó agazapado entre los húmedos ramajes y los troncos helados por el duro frío invernal mientras lo acechaban para devorarlo en cuanto cayera muerto a la tierra yerma que el mismo labró con sus manos.
SALUD Y REPÚBLICA


Fdo: Josu Ochoa Gonzalez

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